
Villavicencio, esa joya llanera que muchos confunden con un peaje largo y caliente rumbo a Caño Cristales, ha decidido sacudirse el polvo de la carretera y vestirse de gala turística. Sí, Villavo, la misma donde el calor le da cachetadas de sudor al visitante desprevenido, ahora quiere ser destino de moda.
•Turisteando con sombrero ajeno
La primera parada fue el Parque Las Malocas, ese Disneylandia criolla donde uno puede ver vacas, jinetes y estatuas de José Eustasio Rivera sin pagar la entrada en dólares. Un plan familiar, cultural y 100% instagrameable, ideal para fingir que uno entiende la cultura llanera mientras se toma selfies con una escultura de un toro. ¡Viva el folclor!
De ahí, me lancé al Bioparque Los Ocarros, donde vi más animales que en el Congreso. Entre chigüiros, babillas y uno que otro visitante con chancleta y cigarrillo, confirmé que la biodiversidad sí existe, aunque el parque huele un poco a «mañana de guayabo». Aún así, vale la pena: hay más especies ahí que en la lista de contratistas del Meta.
•Joropo, mamona y otras pasiones carnales
Pero lo que realmente enamora del turismo en Villavicencio es su corazón llanero… y su estómago. Porque aquí uno no se va sin probar una buena mamona (tranquilos, citadinos: es carne, no otra cosa). También hay hayacas, tungos y cerveza bien fría, porque el turismo no se hace con hambre ni sobriedad.
En las noches, la ciudad vibra con música de arpa, cuatro y maracas, que algunos confunden con reguetón llanero, pero no: aquí se canta a grito herido, se zapatea con pasión, y se baila joropo hasta que el cuerpo aguante o la rodilla diga “no más”.
En el Torneo Internacional del Joropo, los turistas pueden ver cómo se zapatea hasta desgastar la tierra, mientras los más valientes intentan entender las letras a toda velocidad del canto recio. Yo solo entendí «llanura», «caballo» y «lloro», pero lloré de la emoción (o del aguardiente, no estoy segura).
•Desarrollo sostenible, pero con gasolina
Villavicencio está cambiando. Ya no es solo la ciudad de paso para los que van a perderse en la selva: ahora tiene hoteles de tres estrellas que juran que son de cinco, nuevos restaurantes que sirven sushi con plátano maduro, y hasta rutas aéreas que despegan si no hay paro camionero.
El turismo rural está en auge, con fincas turísticas donde uno puede ordeñar vacas, montar a caballo o simplemente escuchar grillos mientras se olvida del WiFi (porque no hay). Eso sí, todo esto mientras los campesinos le sonríen al turista con la misma cara con la que uno mira a su jefe cuando pide trabajo extra sin pagar horas.
•Conclusión: Villavo, paraiso llanero y trago barato
Villavicencio es más que una terminal de buses con empanadas calientes. Es un lugar donde la cultura llanera se vive, se come y se baila. Si usted está cansado de la ciudad, venga a Villavo a llenarse los pulmones de aire caliente, el estómago de carne, y el alma de joropo.
Eso sí, traiga sombrero, bloqueador solar y espíritu aventurero. Porque aquí no se viene a descansar: se viene a sentir el llano… en toda su gloria y su calor.