
En Lejanías, Meta, la sed no es solo de justicia, también de agua potable. Mientras los habitantes hacen milagros con baldes y botellas para abastecerse, la Empresa de Servicios Públicos de Lejanías sigue entregando un servicio digno… pero de desilusión crónica.
Y lo más sabroso del cuento: las inversiones sí han llegado —claro que sí—, en cifras con más ceros que litros disponibles. Entre la Alcaldía Municipal y la gloriosa EDESA, se han invertido recursos públicos suficientes como para llenar piscinas olímpicas… pero el agua no alcanza ni para llenar una totuma.
Frente a esta tragedia hídrica con aroma a elefante blanco, las veedurías ciudadanas —esas que aún creen que la dignidad no es ficción— han decidido ponerse las botas (y no por el barro que no hay, porque ni agua hay), y activar un proceso de investigación ciudadana. El objetivo: seguirle el rastro al dinero evaporado entre promesas, tuberías oxidadas y proyectos fantasmas.
Las denuncias de la comunidad apuntan a fallas estructurales y operativas en el sistema de acueducto que no solo secan los grifos, sino también las oportunidades del municipio. Comerciantes y prestadores de servicios turísticos —que dependen del agua como la mermelada del pan— denuncian que la situación está llevando a Lejanías directo al desierto económico.
Pero no todo es desconsuelo. Las veedurías están recabando pruebas —documentos, peritajes y testimonios sedientos de verdad— para, si el caso lo amerita, empapelar a los responsables en la Fiscalía General de la Nación. Porque si hay algo que fluye más que el agua en Lejanías, son los contratos sospechosamente secos de transparencia.