El Meta y Casanare: donde las regalías engordan a todos, menos al pueblo

En los Llanos Orientales parece que la plata de las regalías no se evapora: se infiltra, se esconde y se multiplica… en informes. La Contraloría dice que el Meta y Casanare concentran más del 70% de los $23,8 billones aprobados para la región, pero, curiosamente, los pueblos más chiquitos siguen viendo las regalías inalcanzable.

El Meta, que debería ser el Dubái de la Orinoquia, lidera con orgullo el sello del gasto, mientras Casanare lo sigue de cerca con su propio club de contratistas VIP. En ambos departamentos hay vías que comienzan en la esperanza y terminan en la nada, parques que inauguran sin árboles y centros de salud donde el único enfermo es el presupuesto.

Más del 84% de los proyectos no supera los 5.000 millones de pesos, lo que en Colombia equivale a un puente peatonal con sobrecosto o una cancha sintética con drenaje espiritual. Las obras son pequeñas, pero las ceremonias de inauguración, eso sí, gigantes: pancartas, discursos y fotos.

La idea es clara: repartir la plata en porciones tan diminutas que nadie sepa dónde quedó el grueso. Si los proyectos no sirven para cerrar brechas, al menos sirven para abrir contratos.

La Contraloría encontró 188 hallazgos fiscales por más de $630 mil millones, que suenan a escándalo pero terminan siendo aplauso: un contratista se roba 10 mil millones y luego se gana otro contrato “por eficiencia”. En los Llanos, el control fiscal es como el sombrero llanero: se luce mucho, pero no tapa nada.

Mientras los informes celebran “el fortalecimiento territorial”, el Índice de Pobreza Multidimensional sigue más alto que los precios de la gasolina: 20,3%, casi el doble del promedio nacional. En Vichada, siete de cada diez personas viven en pobreza multidimensional, pero eso sí, con carreteras que llevan directo a ninguna parte.

Es la magia de las regalías: transformar barriles de petróleo en discursos, convertir los millones en promesas y lograr que la abundancia se sienta como escasez.

En los Llanos hay tanto dinero que ya ni saben dónde esconderlo. Los informes lo llaman “planeación territorial”, pero deberían llamarlo “planeación electoral”.

Y mientras los alcaldes siguen cortando cintas de proyectos que duran menos que una promesa de campaña, los llaneros continúan esperando que tanta regalía algún día se convierta en algo más que un papel membretado: una carretera que llegue, una escuela que funcione o, al menos, un auditor que no firme con la otra mano.

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