
En el Meta tenemos la extraña bendición de elegir representantes que conocen de primera mano la problemática de la vía Bogotá–Villavicencio. Sí, porque Jaime Rodríguez Contreras, tres periodos en la Cámara y exdiputado vitalicio del departamento, lleva tantos años en política que uno sospecha que el derrumbe en el kilómetro 58 también le manda tarjeta de invitación a sus cumpleaños.
Por su parte, Alejandro Vega Pérez, que ya probó el sabor de la Cámara (2018–2022) y ahora se pasea por el Senado (2022–2026), parece especialista en hacer control político… siempre que no se trate de controlar la montaña que se viene abajo.
Ambos, curtidos en el arte de ocupar curules, posan como defensores del Meta, pero la doble calzada Fundadores–Porfía y el eterno viacrucis de la vía al Llano siguen igual: parchados con cinta, promesas y comunicados de prensa. Mientras tanto, los viajeros se familiarizan más con los atajos por Guateque y Sogamoso que con la supuesta “principal arteria” que conecta al Llano con Bogotá.
Rodríguez, que fue tesorero municipal, diputado varias veces y ahora representante eterno, debería tener un doctorado honoris causa en ver derrumbes desde la ventana de su curul. Vega, profesor universitario y ahora senador, podría dictar una cátedra sobre cómo pasar de la Cámara al Senado sin que la vía pase de un carril.
Lo irónico es que ambos tienen currículos kilométricos, pero lo único que no avanza en kilómetros es la carretera. Quizás la solución no sea una declaratoria de emergencia, sino de paciencia: los llaneros ya la tenemos, y ellos la cobran en votos cada cuatro años con mucha resiliencia.