
¡Holi! En Cubarral, Meta, los sueños urbanísticos florecen más rápido que los permisos. Bajo el mando del alcalde Brayhann Camilo Velásquez Suárez, el municipio parece haber adoptado una nueva modalidad de desarrollo: el “urbanismo libre”, donde cualquiera con una motosierra, una pala y un lote rural puede jugar a ser constructor.
Mientras los campesinos siembran plátano, otros siembran ladrillo —y sin licencia, ¡qué eficiencia!
Según los vecinos (y no tan vecinos), la Secretaría de Planeación, liderada por Diego Armando Velasco, y la Inspección de Policía, bajo el ojo cerrado del señor Álvaro Londoño Flores, han demostrado una impresionante habilidad para mirar hacia otro lado. Tal parece que el control urbano en Cubarral funciona con energía solar: solo opera cuando hay sol… y ganas.
Según las denuncias apuntan a que los urbanizadores informales están fraccionando terrenos rurales —muchos con vocación ambiental o turística— para venderlos como lotecitos urbanos de 7 x 14 metros, sin agua, sin luz y sin vergüenza. Y todo esto con el silencio cómplice de las autoridades que, según la comunidad, “no vieron nada, no saben nada y no responden nada”.
“Es que aquí la Ley 1801 y la 734 son como el Wi-Fi del pueblo: a veces funciona, a veces no, y casi siempre se cae”, comenta un ciudadano mientras observa cómo los bosques se transforman en barriadas improvisadas.
Pero la cereza del pastel (o del desastre) viene de la mano de Cormacarena, que en teoría debería cuidar los recursos naturales, pero parece estar en modo “ahorro de energía”. Su director regional, Rogers Mauricio Devia, se ha ganado el título honorífico de “Guardián del silencio ambiental”, por permitir, con admirable pasividad, la tala de bosques y la apertura de vías sin una sola licencia a la vista.
Si esto sigue así, Cubarral corre el riesgo de convertirse en una especie de ciudad Frankenstein: pedacitos de rural, trozos de urbano, retazos de cemento y un montón de caos. Entre tanto, los problemas de saneamiento, inseguridad y contaminación ya asoman la cabeza, mientras el suelo urbano se expande a lo loco, como chisme en pueblo.
La comunidad, harta de tanto “urbanismo pirata”, pide a gritos la intervención de la Procuraduría, la Contraloría y la Fiscalía, no para que vayan a sembrar árboles, sino para que investiguen si aquí lo que se sembró fue corrupción y omisión en combo promocional.
Cubarral, joya ambiental del Ariari, hoy parece encaminarse a ser el ejemplo perfecto de cómo el “desarrollo sin control” termina siendo pura destrucción con sello institucional.